Honoré de Balzac
"La doncella de Tilhouze"
El señor de Valesnes, pintoresco lugar cuyo castillo no está lejos de la aldea de Tilhouze, habíase casado con una dama que, por razón de gusto o de disgusto, de agrado o desagrado, de enfermedad o salud, hacía ayunar a su buen marido de las dulzuras y melosidades estipuladas en todo contrato de matrimonio. Para ser justo, necesario es decir que el susodicho señor era un varón feo y sucio, ocupado siempre en cazar fieras, y no más divertido que el humo en un aposento. Además, y para colmo, el tal cazador tenia muy bien sesenta años, de los cuales no hablaba nunca, como la viuda del ahorcado no hablaba de la horca. Pero la naturaleza, que nos colma de inválidos y feos, sin estimarlos en más que los hermosos, pues, cual los que trabajan la tapicería, no sabe lo que hace, da el mismo apetito a todos y a todos la misma afición al potaje. Así, por ley natural, caaa bestia encuentra su cuadra. De ahí el proverbio «No hay puchero, por feo que sea, que no encuentre cobertera».