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24 ago 2017

"La mujer"

Remy de Gourmont

   
"La mujer"


Rémy de Gourmont.jpgPaulina pasó en el confesonario media hora muy grata. Conforme iba desprendiendo los pescados de los frutos del pecado, el árbol aligerado erguía sus ramas y recobraba su aspecto primaveral.

«Me ocurre en cierto modo-pensaba-como cuando Amelia me lava la cabeza. A medida que los chorros írescos me Inundan, me voy sintiendo más ligera, como desembarazada de un pesado velo, del crespón de las preocupaciones.

Al pensar esto, sentíase avergonzada, porque hubiese por consagrarse por entero a la contrición, e interesarse por impulsos de arrepentimiento en las indulgentes palabras del cura.

«¡Pero realmente es eso! -proseguía para sí misma-.

¿Además de esta sensación de bienestar que experimenta, ¿no es acaso la prueba indiscutible de la acción del sacramento sobre la pecadora? "

Contó sinceramente, sin descaro ni afectación, toda su vida desde hacía dos años.

-El pecado contra la castidad.

-Bien. ¿Completamente sola? .

-No.

-¿Con su marido?

-¡Oh no!

-Bien. Siga usted.

-He pecado con el pensamiento, con palabras y con obras.

-¿Un amante fijo? ¿Uno solo? ¿Varios?

-Uno solo.

-Bien. ¿Desearía usted ardientemente ver a su cómplice, besarle, entregarse él?

-Si.

-¿Con frecuencia?

-Siempre.

-Bien ¿Cuándo estamos juntos juntos, ¿se decían frases deshonestas?

-¡Oh no!

-¿Frases deshonestas, es decir, tiernas?

-Si.

-Bien. Luego caricias. ¿Normales?

-...

La besaba por todo el cuerpo

-Si.

-¿Durante mucho rato?

-Si.

¿Usted?

-Yo también.

-¿De qué modo lograban ustedes la voluptuosidad?

-Sometimes.

-Bien. Eso es muy grave. ¿Fue por su propio gusto o por la fuerza?

-¡Oh!

-Es espantoso. Merece usted las llamas del infierno.

-Padre mío, yo arrepiento de veras, muy de veras.

-Bien; Continúe usted ¿Ninguna otra tentativa para evitar la procreación?

-...

-¿Satisfacían ustedes su pasión sin pensar en nada más, como los animales, según la expresión del apóstol San Pablo?

-...

-¿Los marineros y los marineros están buscando otra cosa que el placer bestial?

-¡Oh!

-¿Sin volverse nunca atrás, sin un remordimiento, sin pensar ni por un instante en los preceptos de la Santa Iglesia?

-¡Sí!

-¿Sin sentir vergüenza?

-La siento ahora.

-Bien. Siga usted. ¿Se quedaba usted desnuda, completamente desnuda?

-Sí.

-¿Sin ningún rubor?

Ah

-Era usted un demonio.

-¡Oh!

-Únicamente los demonios no se avergüenzan de su desnudez.

-Me avergüenzo ahora.

-¿Cedió usted el poder de un temperamento demasiado ardiente?

-...

¿A la pasión?

-Sí, le amaba.

-Había que recurrir a los sacramentos, a los ejercicios piadosos.

-Eso hago ahora.

-¿Cómo sedujo a usted?

-Ya no lo sé. Con miradas, con sonrisas, con palabras ...

- ¿Luchó usted?

- Le amaba.

He terminado

-Si.

No vuelves a verle

Nunca

-Bien. Siga usted.

Y pasaron revista a los otros pecados, la gula, la pereza, la mentira; Y Paulina se acordaba de las comidas delicadas, después del furioso banquete de amor, de las sestas en brazos de su amigo, de los embutidos complicados que urdían para despojar la curiosidad del esposo. ¡Aquel sueño! Porque ya no era más que un sueño ... lloró.

-Ya que su arrepentimiento es sincero, voy a darle la absolución, que se recomienda preferible acaso aplazar; Pero las lágrimas borran muchas cosas. Pida usted perdón desde el fondo de su corazón a Dios, quien ha ofendido usted tan gravemente.



Su enternecimiento acrecentóse, en tanto que las palabras latinas caían una a una sobre sus cabellos rubios, a través de un sombrero delicioso malva, que hacía juego con su traje, del mismo color, pero más pálido.

Una vez acabada la ceremonia, saludó sin el más nivel azoramiénto al cura, a quien conocía particularmente.

Hablaron un momento de la última venta benéfica, cuyos resultados hablan sido magníficos; Y el pobre hombre no se deja dejar de contemplar, sin deseo, quizás, pero con cierta fruición asombrada, a aquella joven elegante, bonita y fina, que conocemos indudablemente mejor que el más laberíntico casuista todos los secretos de la lujuria.

¿La mujer? La mujer Esta tiene dos hijos, bonitos como ángeles, a quien ella misma lleva una misa y al catecismo. Su esposo predica la guerra santa y su amante la ha abandonado por la señora de Ruel, que grita constantemente:

«¡Yo soy una fanática de Dios!» ¡La mujer! La mujer

Paulina, al subir a su coche, pensó en las sandías y orquídeas que una mano que su crema adivinar de quien era era enviado a su casa, aquella misma mañana.

«¡Ya soy pura e inmaculada! Que alegría ¡Hay una con su rabito rosa retorcido que es una monada! Es él indudablemente, es él. ¡Las seis ya! Con tal de que le coja ¡Dios mio! Que hermosa es la religión I'm happy."

Publicado en la revista "Flirt" de Madrid, 14 de diciembre de 1922.

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